Carlos Espina, psicólogo.
Con el aumento de la esperanza de la vida biológica, el tiempo de la jubilación también ha aumentado su número de años. La edad oficial de cesación de la actividad laboral, marca la entrada en una nueva etapa vital que va a ser larga en años, y va a contar con un razonable estado de salud. Este nuevo momento es para unos deseado, y para otros, temido. Los primeros, querrán hacer de él el lugar para desarrollar las actividades aparcadas durante años, mientras que los segundos se sentirán “despojados” de lo que constituía su razón de ser, su única actividad. No obstante, todos habrán de hacer un cierto duelo ante la pérdida del empleo, que requería ocho horas diarias. Y cuando hablamos de duelo, estamos refiriéndonos a una serie de tareas que permiten “digerir” o aceptar, incorporar, ese nuevo estado de forma constructiva.
Este cambio no es menor, pues afecta directamente a la identidad personal de cada uno. Se pasa de definirse como activo, con responsabilidades, dedicación, colaboradores, etc., a pasivo, o sea, sin función conocida. En realidad, se le devuelve a la persona el único bien que todos poseemos que es el tiempo. De modo que, a partir de ahí, se habrá de replantear el uso que cada uno quiere dar a su tiempo disponible. De la relación con el tiempo, se han escrito montañas de páginas, pues no en vano es una de las preocupaciones más importantes de la Humanidad. Dan testimonio de ello expresiones tan frecuentes como, “perder el tiempo”, “llegar a tiempo”, “regalar tiempo”, “ganar tiempo”, etc. Se diría, pues, que el tiempo es la materia de la que está constituido el ser humano. Es por eso que, cada uno tendrá que repensar su relación con el tiempo con ocasión de la jubilación.
De los dos grupos de personas que mencioné al principio, es claro que aquellos que tienen varios objetivos en su vida, están mejor situados para gozar de la jubilación que los que carecen de ellos. Tener todos los huevos en una misma cesta constituye un grave riesgo ante una eventual caída. Es por ello que la jubilación supone un reto para la creatividad personal. Dar nuevos usos al tiempo supone establecer un itinerario y fijar unas prioridades. Dejar de producir laboralmente, no supone que se interrumpa la capacidad de ser activo. Al trabajo remunerado, le va a seguir un conjunto de actividades, ahora elegidas, que van a proporcionar grandes satisfacciones en la esfera personal.
Recientes investigaciones afirman que más que el dinero, son los propósitos vitales que cada uno tenga lo más importante, de cara a la jubilación. Así, los que afirman disfrutar más cuando llegan a la jubilación son los que tienen relaciones personales intensas, ya sea con la familia, amigos y conocidos. Entre sus aficiones figuran hacer ejercicio, aprender un idioma, escribir las memorias, oír música o continuar su formación en la universidad. Lo de ver TV. es considerado como una actividad pasiva que, en exceso, puede generar hastío e irritabilidad. Una vez más, se comprueba que se puede seguir adquiriendo madurez emocional, complejidad y profundidad personal a pesar de los años. En cuanto a los que no tienen ningún plan cuando llegan a la jubilación, hay que decir que corren el riesgo de marchitarse. No contar con objetivos que nos muevan, puede generar el conocido como “síndrome del jubilado” (conjunto de signos y síntomas de aquellos que no saben conducirse en la nueva situación).
No quiero concluir estas líneas sin mencionar un capítulo importante en la vida del jubilado. Cuando los hijos se han ido o tienen montadas sus propias vidas, sucede el reencuentro con la pareja durante un número de horas que pueden llegar a ser excesivas para muchos. Dependiendo de la clase de relación que se haya establecido durante los años de convivencia previa, las tensiones cotidianas pueden poner a prueba la consistencia de la pareja. Dado que la mujer en nuestro medio no se jubila nunca, está mejor preparada que el varón para la nueva situación, en un medio -el hogar- que conoce bien. Por esta y otras razones, la jubilación exige nuevas adaptaciones a una realidad que ha cambiado, sobre todo para los varones trabajadores. No obstante, se han de mantener unas expectativas realistas, alejadas de los extremos, que permitan seguir creciendo como personas. Avanzar un poco, todos los días, va a hacer sentir mejor que si se piensa que ya está todo logrado, por haber llegado a una cierta edad. El camino, más que la meta, vuelve a ser lo más valioso para el ser humano.